Todo está oscuro,
silencioso y frío. Parece que me hallo sola en medio de ninguna parte. Conforme
empiezo a caminar, un estrecho pasillo de edificios de triste cemento se abre
ante mí. No me detengo, sigo adelante consciente de que ya no hay ningún sitio
a donde volver. Sólo puedo seguir avanzando entre esos edificios de paredes
grises cuajadas de grandes ventanales negros, cuyo perfecto orden resulta
amenazador.
Sigo avanzando entre
ellos con el frío calándose en mis huesos y la punzada del miedo clavada en la
columna. Finjo no notar una cruenta mirada clavada en mí desde alguna parte
pero en cuanto mis pasos se hacen más ágiles, siento que esa mirada se
multiplica en las ventanas negras cuyo interior no alcanzo a ver. Me observan.
Están ahí, pendiente de cómo el ratón al que interpreto procura no tropezar
sobre el pavimento, con la mirada puesta en todas partes y al frente al mismo
tiempo, buscando una salida que me saque de aquella trampa mortal.
Esas cosas no toman
forma tras el opaco cristal, aún no, pero yo sé que están ahí, buscando alguna
forma de llegar hasta mí. Hay demasiadas ventanas, cada vez más, y todas
cuentan con uno o más de esos seres que me miran con los ojos inyectados en
muerte.
El miedo y la
irracionalidad me superan, y echo a correr hacia ninguna parte. Solo quiero
salir de ahí, que dejen de mirarme. Corro sin mirar atrás, imaginando como esas
cosas toman forma a mi espalda y salen a mi encuentro, intentando cogerme entre
sus garras y despedazarme con una cruenta frialdad. Pienso en como será mi
último momento si dejo que me cojan, si tropiezo o si tuerzo en la esquina
equivocada. Lo último que vería sería mi reflejo espantado sobre esos ojos
muertos.
Los oigo, están detrás
de mí, corriendo con las fauces abiertas y escupiendo gritos guturales mientras
sus pútridos miembros se zarandean hacia mí.
No sé donde
estoy, vaya donde vaya todo es igual, acabo en el mismo sitio, aquel lugar no
parece tener fin. Tal vez haya muerto y ese sea el infierno reservado para mí.
Obligada a pasar la eternidad en aquel corredor de la muerte, con la peor compañía que cabía esperar. No quiero mirar
atrás porque sé que silo hago ya no podré seguir. No quiero verles, no quiero
que me toquen. Quiero volver a casa.
-
Eh.
Salgo del mundo de los sueños con una violencia inesperada.
Me embarga la confusión al no ver edificios grises ni escuchar las voces de mis
asesinos. No estoy muerta, ni yaciendo destripada a las puertas de la muerte
con la única compañía del dolor en aquella macabra sala de espera. Me encuentro
tumbada sobre una colchoneta lo suficientemente fina como para permitirme
comprobar cada irregularidad del suelo. Abro los ojos despacio y encuentro muy
cerca de mí un rostro masculino, de barba rala, piel clara, cabello corto y
ojos castaños. Sus brazos me han rodeado el torso y descubro que no solo me
cubre mi chaqueta, sino también la suya desde no sé cuanto. Me da un beso en la
mejilla y vuelve a mirarme sin apartarse de mí.
-
¿Un mal sueño?
-
Una mala noche – respondo apartándolo con delicadeza y
devolviéndole la chaqueta mientras me despido en silencio del hueco caliente en
el que había dormido y me pongo en pie, ubicándome mi propia chaqueta.
Me acerco con cuidado a la ventana, procurando mirar a
través de las maltrechas rendijas de la cortina sin llamar la atención de lo
que pudiera haber fuera.
Sí, sin duda había sido una mala noche. A Samuel y a mí se
nos hizo peligrosamente tarde estando muy lejos de casa por culpa de un par de
hordas muy mal situadas. Estábamos a punto de retomar el camino que conocíamos
más seguro hasta casa cuando varios corredores salieron de la nada y nos
acorralaron en un callejón. Por suerte, un reducido grupo de personas tuvieron
las tripas necesarias para abrirnos la puerta y dejarnos entrar antes de que
esas cosas lograran alcanzarnos.
Los corredores han estado merodeando muy cerca del pequeño
edificio toda la noche, según me cuenta un hombre apostado en un rincón de la
habitación donde nos hemos atrincherado. Han estado intentando forzar cada
entrada o recoveco que se les ocurría hasta casi las 5 de la mañana, después su
murmullo y golpes se fueron extinguiendo hasta ahora, cuando nos hallamos en
completo silencio.
-
Tal vez se hayan aburrido – murmura otro hombre que se
encuentra a escasos pasos de mí, apoyado en la pared.
-
O estén esperando a que nosotros abramos la puerta –
contesta en un tono agudo una mujer a la que no le pareció muy bien que sus
compañeros le abriesen la puerta a unos extraños que iban acompañados de varios
corredores, cosa que entiendo.
Me mantengo en silencio mientras observo con más
detenimiento a las personas que se encuentran con Sam y conmigo en la
habitación. La señora, última en hablar y única mujer aparte de mí parece
rondar los 40 años, su pelo es rubio pero salta a la vista que ese no es su
color original, pues una raíz oscura cada vez más larga aflora en su cabeza.
El hombre que me ha estado relatando lo ocurrido durante el
período de la noche en el que estuve durmiendo parece rondar la cuarentena
avanzada, su pelo canoso y ralo, acompañado de la barba y de su mirada directa
le da un aspecto militar aunque desconozco a que se dedicaba antes de que las
pesadillas asolaran el mundo. He oído que se refieren a él como Lucas.
El hombre más próximo responde al nombre de Pedro. Tiene un
aire de pescador aficionado con ese chaleco caqui cuajado de bolsillos y esos
pantalones desgastados. Junto a un muslo lleva atada la funda de una navaja,
con la que juega en estos mismos momentos, pero ninguno hemos llegado a
considerar su actitud como amenazante.
Me falta uno, un muchacho delgaducho y pálido, con los
brazos tatuados con dibujos que ayer ni me molesté en apreciar y que ahora
esconde bajo una sudadera raída. Su cabello, largo, lacio y de color anaranjado
se encuentra cubierto casi por completo por un gorro de lana morado. Este chico
sube las escaleras que llevan hasta la habitación donde nos encontramos,
descuidando el ruido que hacen sus pasos apresurados sobre los escalones.
-
Todo despejado – Informa a los demás mientras intenta
ponerse derecho y presumir de altura. Casi parece tener alcanzar el 1´90 de
Samuel.
-
Ahora lo dudo mucho, con ese jaleo que has armado. –
Replica Lucas a modo de riña. – Debes tener más cuidado muchacho, cuantas menos
señales des de tu posición, menos problemas con esas cosas.
-
¿Suelen merodear por aquí? – Pregunta Samuel tras de
mí. No me había dado cuenta de que estaba a mi espalda, observando la calle con
atención. Últimamente estoy tan acostumbrada a su cercana presencia que casi lo
siento como parte de mí.
-
Normalmente no. Los lentos sí, van de aquí y allá sin
rumbo fijo, resultando ser a veces un buen problema cuando son grupos grandes y
queremos abastecernos de algún comercio cercano. – Samuel parece mirar la calle
con mayor atención, contando con la mirada los pequeños locales que aparecen
bajo la fina cortina de lluvia que ha comenzado a caer. Es un barrio bastante
pequeño, de edificios viejos y de calles estrechas pero hay que reconocer que
cuenta con la gran ventaja de tener muchas tiendas cerca. Al contrario que
donde nos apostamos Samuel y yo, un espacio amplio, abierto, con vista a toda
la ciudad desde la pequeña colina, pero lejos de todo lo necesario.
-
¿Cuánto hace que están aquí? – Mi voz hace que todos se
giren hacia mí.
-
Desde hace un mes. – Lucas comenzó a andar hacia
nosotros mientras hablábamos. – Al menos, Pedro, Teresa y yo. Adrián se unió a
nosotros hace una semana y media más o menos. Nosotros éramos vecinos del mismo
bloque de apartamentos.
-
Ese sucio edificio se caía a pedazos. Ni las
innumerables derramas, ni las quejas al ayuntamiento para que arreglaran esa
horrible fachada sirvió de nada. – Interrumpió Teresa desde el extremo de la
habitación. Su mirada de desdén recorrió a cada uno de los presentes mientras
se acomodaba sobre su asiento sin importarle el haber interrumpido a su
compañero. – No es que el lugar donde estamos ahora sea muy bueno, pero es
mejor que nada. Sin embargo, he de añadir que podríamos ir a otro sitio, un
bloque de apartamentos y no este pequeño y destartalado edificio de oficinas,
correos, o lo que sea esto.
-
Yo apoyaré eso siempre y cuando seas tú quien vaya
primero y no se quede aquí a “vigilar” como en el resto de expediciones. –
Replicó con tono áspero Pedro mientras guardaba el cuchillo en la funda junto a
su muslo. La mujer se arrebujó en su silla molesta pero no replicó más. Saltaba
a la vista que no era un grupo en sí, si no un grupo de personas que habían
preferido la unión a la soledad.
-
¿Y vosotros de dónde venís? – Lucas retoma la
conversación al mismo tiempo que se sitúa justo a nuestro lado. Antes de que
Sam diga nada prefiero intervenir yo.
-
De las afueras.
-
¿De las afueras? Tío, eso está como en la otra parte
del mundo ahora mismo. ¿Cómo coño habéis llegado hasta aquí? – El chico
delgaducho se rascó la cabeza bajo el gorro mientras tomaba un sitio junto a
nosotros.
-
Buscábamos suministros. Nos vimos obligados a
adentrarnos más en la ciudad conforme esas cosas nos cerraban el paso. – Sam
tomó su parte en la conversación y yo me separé un poco para poder seguir
mirando por la ventana.
La lluvia no parece amainar. Presto poca atención a la
conversación que mantienen entre ellos mientras me aproximo a mi mochila.
Desabrocho los cierres exteriores y abro la cremallera. Está casi vacía, con
tan solo un par de botellas de agua que no llegan al medio litro cada una, una
linterna, algunas vendas que se me ocurrió meter cuando salimos y una tabla de
pastillas de ibuprofeno. Tomo una botella de agua y me dedico a beberla despacio
mientras observo la estancia. La habitación en grande y rectangular, ocupa casi
toda la tercera y última planta del edificio a excepción de la escalera de
cemento. Está amueblada con varios sillones de oficina, dos estanterías que
ocupan una pared completa y dos mesas de escritorio. Una de éstas está muy
cerca de la puerta, lista para ser usada como barrera contra la puerta. Cierro
los ojos e intento recordar tranquilamente cómo es el edificio. Anoche tuvimos
muchas ocasiones y motivos para repasar y revisar cada puerta o ventana. La
segunda planta es parecida a ésta salvo porque cuenta con unos cuartos de baño
y una diminuta sala que solían usar para guardar los productos de limpieza. La
primera planta cuenta con una sala grande cuyas paredes principales al igual
que la puerta principal están hechas de cristal. Por suerte, las ventanas
cuentan con unas cortinas de oficina que dan intimidad y propician que no haya
miradas dentro. La puerta está tapiada con varias mesas de escritorio, pero no
es una barrera muy firme. En la parte posterior, entrando por una puerta de
metal y bajando varios escalones se llega a un pequeño espacio no más grande
que un rellano que termina en otra puerta que da al callejón por donde Sam y yo
accedimos.
En general tampoco parece un edificio muy seguro. Si rompen
los cristales de abajo, ni siquiera esa mesa de escritorio apoyada contra la
puerta podrá frenar a una horda durante mucho tiempo. Pero tampoco creo que
tengan muchas opciones, no he visto arma alguna a parte del cuchillo y no están
lo suficientemente organizados. Supongo que lo mejor será que hagan lo que ha
dicho Lucas. No dar señales de su posición. Los firmes pasos de Sam me sacan de
mis pensamientos. Continúo bebiendo a pequeños sorbos a la vez que observo como
se sienta en el regazo del sillón donde me encuentro y se inclina un poco hacia
mí.
-
Bueno, Laura ¿qué hacemos?
Saboreo el último trago con lentitud mientras ordeno mis
ideas. El sabor del agua me recuerda que está lloviendo, que el agua es
importante y nosotros no estamos en casa para almacenar el agua de lluvia en
las bañeras como solemos hacer.
-
Volver. – Él asiente con lentitud y se dirige al rincón
donde ha dejado su mochila. Los tres hombres se acercan a nosotros a la vez que
yo me pongo en pie.
-
No podemos aseguraros que esté totalmente despejado.
Esas cosas son unas hijas de puta y pueden estar esperando movimiento
agazapados tras algún coche o contenedor.
-
No se preocupe, gracias por todo. – Las palabras de Sam
son acompañadas con una leve inclinación de cabeza. Lucas no duda en tenderle
la mano y luego a mí. – Que Dios os guarde. Ha sido un placer comprobar que hay
alguien vivo a parte de nosotros.
-
Lo mismo digo. – Sam se coloca la mochila tras la
espalda y se encamina de nuevo a la ventana
-
¿De verdad vais a iros? ¿y con la lluvia? – Teresa se
ha levantado de su asiento y señala una de las ventanas.
-
No queremos estar aquí más de la cuenta, ya habéis
hecho mucho por nosotros. – Sam continúa con la vista fija en la calle,
pendiente de cualquier sombra o movimiento sospechoso. Ni siquiera presta
atención a los comentarios de los demás.
-
Además, la lluvia hará que les cueste más fijar su
atención, cosa que nos conviene. – Musito terminando de ponerme la mochila a la
espalda.
-
Voy con vosotros. – Todos nos giramos en dirección a la
voz que viene desde el otro extremo de la sala. El muchacho joven ha tomado una
mochila y la ha llenado con varios víveres y supongo que efectos personales
mientras nosotros hablábamos.
-
¿Pero qué dices Adrián? ¿Te has vuelto loco? ¿Quieres
morir? – Teresa bufa alarmada mientras mira al muchacho.
-
Os agradezco que me permitierais estar con vosotros
pero no puedo seguir aquí por más tiempo. Si ellos han podido llegar hasta aquí,
yo podré salir de una vez de esta maldita ciudad
-
¿Cuántas veces hay que decírtelo, chaval? Ahí fuera no
hay nada. Todo está muerto. Todo. Es mejor que te quedes en un sitio a salvo en
vez de salir buscando fantasías y acabar muerto… o peor. – La voz sombría de
Pedro inundó la estancia durante un momento pero el muchacho no parece haber
cambiado de opinión. Da la mano a cada uno de sus compañeros y se aproxima a la
puerta, quedándose justo a mi lado.
-
Esto no es un paseo de abastecimiento, llevas
demasiadas cosas para un camino así. – Señalo su mochila. – Un durarás ni 4
manzanas si llevas todo eso a la espalda.
-
Pero… - El muchacho me mira inseguro, pero suelta la
mochila y la deja en el suelo. Me inclino a su lado mientras él la abre para
enseñarme qué lleva. – Necesito estas cosas
-
No las necesitas, se supone que es una carrera. En un
día normal hubiésemos tardado media hora o tres cuartos de hora en llegar a
donde vamos, ahora podría ser 3 horas más o menos pero no necesitas llevarte
todo esto. – Comienzo a sacar de su mochila: latas de comida, dos tarros de
mermelada, varios zumos y botellas diversas entre otras cosas. – Quédate con lo
esencial y que no abulte mucho. En el peor de los casos te ocurrirá como a
nosotros o…
No necesité terminar la frase pues todos sabían de
sobre como acababa el refrán. Al final Adrián se quedó con una sudadera y
alguna que otra prenda más, un par de botellines de agua y poco más. Una vez
termina, nos pusimos en marcha. Bajamos las escaleras y en pocos segundos nos
encontramos en el rellano. Sam abre la puerta con cautela y sale al exterior
poco después, apostándose en la esquina del final. Empujo con cuidado a Adrián,
que sale como un rayo y se coloca justo a su lado. Pedro cierra la puerta desde
dentro una vez estoy yo fuera.
Vamos de esquina en esquina, procurando ser rápido pero cuidadosos.
A la mínima sospecha de movimiento paramos estemos en la posición que estemos.
Tras superar 3 calles, viene la primera amenaza. Sam cruza la calle en
dirección oeste y cuando aún no ha llegado a la acera, una de esas cosas sale
torpemente de un portal. Sam se oculta tras un coche que se encontraba aparcado
junto a la acera. Uno de tantos coches que jamás volverá a usarse.
Vuelvo a respirar en cuanto advierto que no es un corredor o
cazador, o al menos no se ha transformado aún. Adrián y yo nos pegamos a la
pared tras la esquina y le indico que vigile el otro extremo de la calle por si
aparece algo tras nosotros mientras yo centro mi atención en aquel cuerpo torpe
y mugriento que merodea a escasos pasos de Sam.
En su día parece que fue una mujer de edad avanzada, tal vez
muriera en su casa o en un hospital, no lo sé, pero eso parece indicar su sucia
mortaja de camisón hecho jirones. Camina
arrastrando los pies, mirando hacia el cielo sin comprender la lluvia, como si
buscase la respuesta entre las nubes. De no haber estado tan cerca de Sam éste
podría haberse arrastrado sin problemas hasta el final de la calle ya que el
ser parecía completamente ajeno a cualquier cosa que no fuera la lluvia.
Desconozco si es capaz de sentir las frías gotas sobre su piel plastificada
pero hemos podido comprobar que el sonido sí que lo perciben, de modo que miro
con desconfianza hacia las nubes cada vez más oscuras, suplicando por que los
truenos tarden en aparecer. Vuelvo a mirar hacia Sam y admiro su paciencia.
Continúa de cuclillas junto al coche, observando sin mover un músculo. Tras
unos pocos minutos más, la mujer se aleja lo suficiente de él calle abajo,
permitiendo que él y después nosotros lleguemos hasta el siguiente punto.
Desconozco qué hora puede ser pero aún no ha llegado el
mediodía. Aún así, mi estómago emite más de una queja mientras nos deslizamos
calle por calle bajo la lluvia. No como nada desde ayer, y ni siquiera la
adrenalina es capaz de acallar un segundo mi estómago. Lo comprimo con fuerza
con la mano mientras sigo corriendo. El muchacho parece adaptarse mejor a la
situación conforme superamos una calle tras otra, ahora se le ve menos torpe e
indeciso, cosa que agradezco.
Hay varias formas de llegar a casa pero siempre evitamos la
que está más cerca de la autovía. Tras lo que ocurrió ahí es mejor evitar tan
espeluznante paisaje.
Decidimos continuar callejeando, buscando siempre calles
pequeñas y aparentemente solitarias, siempre en dirección oeste.
La lluvia nos empapa por completo, cubriendo nuestra piel de
una fina capa fría pero no es molesta gracias al calor que invade nuestro pecho
al estar en continuo movimiento. Las suelas resbalan muy de vez en cuando sobre
el pavimento y las continuas barricadas hacen de nuestro trayecto algo más
pesado de lo normal. Aprovechamos para investigar rápidamente con la mirada las
tiendas que enmarcan las calles por las que pasamos, intentando memorizar su
localización si vemos algo de interés pues no hay más tiempo para detenerse. Ya
queda menos para llegar a la larga cuesta que conduce a nuestra casa.
Antes detestaba esa cuesta por lo pesada que se me hacía
subirla si no era con el coche, ahora la detesto más porque sigue siendo igual
de pesada pero también peligrosa. La calle que usamos para subirla está al
descubierto, asciende por la ladera permitiendo que cualquier cosa te vea
subirla y no hay lugar donde esconderse si te topas con alguna amenaza hasta
que no subes más de la mitad de esa calle. Esta se bifurca en otra calle o
sigue hacia arriba, y es a partir de esa bifurcación cuando gozas de algo de
intimidad mientras continúas subiendo. La colina donde residimos está plagada
de varias urbanizaciones de casitas adosadas o casas independientes. Nosotros
vivimos en una adosada, la de mis padres concretamente. ¿Qué habrá sido de
ellos?
Un golpe metálico que parece retumbar desde el final de la
calle donde nos encontramos hasta los confines del mundo, me saca de mis
pensamientos. Algo se mueve a nuestra espalda, tal vez nos siguiera sin darnos
cuenta, por lo que apretamos el paso superando varias calles con la sensación
de tener algo tras nosotros, pero no nos detenemos para averiguar de qué se
trata. Sam y yo hemos aprendido que lo mejor es continuar en movimiento. El eco
de nuestros pasos queda amortiguado por la lluvia cada vez más abundante. Los
regueros de agua caen desde las terrazas descuidadas y andamos en zig-zag para
evitar una ducha desagradablemente fría. Noto como el agua empapa mis
calcetines y maldigo para mis adentros a las deportivas que permiten que se me
empapen los pies. Apenas hemos cruzado una nueva calle y escuchamos el primer
trueno, que provoca que nos detengamos en medio de la misma. El segundo trueno
tarda poco en dejarse oír en cada rincón de nuestra alma. Hay que darse prisa,
el ruido los despierta, les llama, les excita y les confunde al no saber con
claridad de donde viene. El tercer trueno provoca que nuestras fibras
musculares vibren, sintamos la garra del miedo en nuestro pecho y la adrenalina
se dispare. Sam me mira un instante antes de que echemos a correr calle arriba
tan rápido como nos permiten nuestras piernas.
Si mal no recuerdo sólo faltan dos calles más hasta llegar a
un gran parque de cemento que queda al descubierto y franqueado por varios
bloques de edificios hasta su final. Otro trueno casi me hace tropezar por el
inesperado sonido, por lo que he de apoyarme en una pared unos instantes en los
cuales mis ojos los ven. Tres de esas cosas caminan con paso torpe en una calle
perpendicular a la que nos encontramos y que acaba justo frente a la pared
donde me encuentro. Uno de ellos alza la cabeza y puedo captar en él un espasmo
de sorpresa al encontrarme frente a ellos. Gruñe andando hacia mí y provocando
que los otros dos se den cuenta también de mi presencia. Consigo salir del
ensimismamiento al mismo tiempo que me giro para irme pero es entonces cuando
otro trueno devastador hace su aparición y una de esas cosas aparece como acto
de aparición tras el trueno, justo a mi lado. Quedo petrificada al notar su
pútrido olor tan cerca de mí, su camisa agujereada ondea sobre el cuerpo
amarillento y desnutrido que pide a gritos sentir dentro algo de sangre
caliente. Sus ojos muertos me miran sin
sentimiento alguno pero su boca abierta muerta la sed de sangre y las ganas de
arrancar mi carne con sus fétidos dientes. Para mí todo ocurre tan deprisa que
ni siquiera me muevo cuando clava sus dedos en mi chaqueta, quedo contra la
pared esperando mi muerte bajo la lluvia y sobre un charco de sangre. Pero
entonces, de la misma fugaz en la que ha aparecido mi verdugo, desaparece y en
su lugar surge el rostro empapado de Sam que me sostiene de un brazo y tira de
mí. Me cuesta unos segundos darme cuenta de que acaba de salvarme la vida
empujando a esa cosa con violencia hacia el pavimento y que ahora yace tirada
en el suelo en medio de la calle. Las otras tres cosas están casi a punto de
llegar a nuestra acera por lo que mi cuerpo reacciona a los tirones de Sam y lo
sigo a paso ligero calle arriba. No dice nada pero me toma de la mano con fuerza
y casi parece que me arrastre por la calle ya que me cuesta seguir su ritmo,
mis piernas no son tan largas como las suyas ni he salido mucho a correr
durante los últimos 3 años como él cada mañana. Al torcer la esquina nos
encontramos con Adrián, que señala agazapado a un grupo de unos 7 muertos que
nos han cortado el paso. Buscamos con la mirada una alternativa y retrocedemos
unos metros hasta dar con una callejuela en dirección norte que seguimos y
luego torcemos hasta reanudar la dirección original. Sin embargo unos sonidos
de ultratumba seguido de un continuo sonido de arrastras los pies nos advierte
de que hemos sido vistos y de que tenemos una pequeña horda tras nosotros.
Al final de la calle de resbaladizas aceras en la que nos
encontramos, logramos entre ver los bordes del parque junto con quien lo
habita. Paramos en seco junto a un contenedor que se encuentre entre nosotros y
el final de la calle.
-
Veo muchos… - Murmura Sam sin soltarme la mano
-
Parecen ser de los lentos y están bastante separados entre
sí. Tal vez si corremos podamos cruzar. – Un resplandor ilumina la cara de
Adrián cuando termina.
-
Eso no lo sabemos, tal vez haya uno o varios corredores
entre ellos o alguno se transforme en cuanto nos vea correr. – Samuel suspira
desesperado, intentando vislumbrar alguna alternativa que tenga mayores
probabilidades de que salgamos con vida.
-
Entonces hay que ir por otro sitio. – Adrián se quita
el gorro y lo escurre antes de volver a ponérselo. – No podemos quedarnos aquí.
-
Lo sé. Pero tampoco me apetece volver hacia atrás y
encontrarnos de frente con los otros, que deben de estar ya a punto de llegar
hasta aquí.
-
Pues entremos allí – susurro señalando una librería que
mantiene la puerta abierta. – Si nos damos prisa podremos llegar hasta ella sin
que nos vean y ellos pasarán de largo hacia el parque. Así podremos buscar otro
camino.
-
Vale. – Sam sigue sin soltarme de la mano y corremos
hacia la librería que se encuentra a unos 70 metros .
Corremos sin vacilar y a toda prisa, rezando por que los que
nos seguían aún no estén demasiado cerca. El cielo se ha oscurecido
notablemente y parece que la marea de nubes negras pretende echarse sobre
nosotros. Ya falta poco para llegar a la puerta de la librería, la cual no
parece haber sido forzada. Tal vez el dueño la dejase así tras una salida
precipitada… o puede que nunca saliera. Al llegar a dicha puerta no se aprecian
restos de sangre en ella ni en el interior pero nunca se está del todo seguro.
Adrián empuja la puerta despacio pero sin hacer ruido, entra con cautela y
camina despacio entre las mesas cuajadas de libros apilados hasta llegar al
mostrador y comprobar que no hay ninguna sorpresa agazapada tras él. Suspira
aliviado y nos hace una seña para que entremos. Me resulta extraño no sentir la
lluvia sobre mí una vez he entrado y escucharla repiquetear sobre los cristales
de la pequeña tienda. Mientras Sam cierra la puerta echo un vistazo al espacio
que se abre ante nosotros. La tienda no es muy grande y tres de sus cuatro
paredes son de cristal. La pared tras el mostrador está adornada con pósters y
algún que otro cuadro, mientras que las demás paredes de cristal portan rótulos
publicitarios o son cubiertas en algún tramo por una estantería. Tras el
mostrador hay una puerta de color verde oscuro que supongo que da al almacén.
Nos acercamos con paso rápido hacia el mostrador entre las
mesas y nos agazapamos tras él junto a Adrián.
-
Si deciden entrar aquí por algún casual, estamos
perdidos. – musita Adrián señalando la puerta y luego a nosotros.
-
No sabemos que hay tras esa puerta. – susurro sin
quitarle ojo de encima. – Si hubiese algo podría echársenos encima y armar un
escándalo considerable. Podríamos tener a todos los del parque encima en
cuestión de segundos.
-
Sería lo lógico pero con esas paredes de cristal, basta
que uno mire de soslayo para vernos tras el mostrador por muy juntos y quietos
que quedemos… Y aún no sabemos si el olor también podría hacerles entrar… - Sam
mueve la cabeza varias veces y comparte conmigo tanto una mirada como una
caricia en la mano. – Escucha, abriremos la puerta despacio, sin hacer ruido.
Si hay algo ahí dentro la cerraremos antes de que se de cuenta de nada, ¿de
acuerdo?
-
Está bien… - Asiento con la cabeza antes de apretar
durante un segundo su mano. Esta situación está siendo más peligrosa de lo que
cabía esperar. Mi imaginación me atormenta con la imagen de decenas de esas
cosas rompiendo los cristales y alargando las manos hacia nosotros. Sé que Sam
haría cualquier cosa por protegerme pero eso para mí sería aún peor que morir,
no soportaría perderle.
Entre susurros nos ponemos de acuerdo para que yo
vigile los movimientos que suceden a través de los cristales y ellos se
encarguen de comprobar el almacén. Me giro con cuidado escuchando los roces de
sus ropas al arrastrase hasta la puerta verde, y centro mi mirada en la calle.
Aún no han llegado pero los latidos de mi corazón me gritan que no tardarán en
llegar. Otro trueno ilumina la calle y me permite ver la fachada opuesta, cuyos
comercios y portales parecen cerrados a cal y canto. Esta zona no estaba muy
habitada y quizá sus dueños se fueran hacia alguna parte antes de que todo
explotara en el centro, quien sabe. Oigo el sonido metálico de algún objeto que
se habrá precipitado sobre el pavimento, quizá una de esas criaturas haya
tropezado con alguna papelera pero me altera el sonido. Las cosas del parque
estarán atentas al ruido sea cual sea y no distinguirán el motivo que lo haya
causado. Es muy posible que las más cercanas a la calle se estén acercando
hacia aquí, y sería bastante desagradable que ambos grupos convergieran justo
frente a nosotros, tendríamos que esperar mucho hasta que se disiparan y eso
podría llegar a tardar días si no encontrasen un estímulo, que no fuésemos
nosotros, al que seguir. Me vuelvo hacia Sam y Adrián un momento para averiguar
que hacen sin ser consciente de cuanto tiempo llevo pensando y mirando a la
nada. - Menuda forma de vigilar la mía - Me reprocho a mí misma mentalmente mientras observo con atención cada uno de los movimientos de los dos. Sam acaba de abrir la puerta con cuidado
y Adrián de arrastra hacia el interior con tortuosa lentitud, completamente
tenso. Ambos centran su atención en el almacén por lo que decido volver y
seguir vigilando, esta vez de verdad, la calle.