sábado, 24 de agosto de 2013

Dead Words Capítulo 1

Todo está oscuro, silencioso y frío. Parece que me hallo sola en medio de ninguna parte. Conforme empiezo a caminar, un estrecho pasillo de edificios de triste cemento se abre ante mí. No me detengo, sigo adelante consciente de que ya no hay ningún sitio a donde volver. Sólo puedo seguir avanzando entre esos edificios de paredes grises cuajadas de grandes ventanales negros, cuyo perfecto orden resulta amenazador.
Sigo avanzando entre ellos con el frío calándose en mis huesos y la punzada del miedo clavada en la columna. Finjo no notar una cruenta mirada clavada en mí desde alguna parte pero en cuanto mis pasos se hacen más ágiles, siento que esa mirada se multiplica en las ventanas negras cuyo interior no alcanzo a ver. Me observan. Están ahí, pendiente de cómo el ratón al que interpreto procura no tropezar sobre el pavimento, con la mirada puesta en todas partes y al frente al mismo tiempo, buscando una salida que me saque de aquella trampa mortal.
Esas cosas no toman forma tras el opaco cristal, aún no, pero yo sé que están ahí, buscando alguna forma de llegar hasta mí. Hay demasiadas ventanas, cada vez más, y todas cuentan con uno o más de esos seres que me miran con los ojos inyectados en muerte.
El miedo y la irracionalidad me superan, y echo a correr hacia ninguna parte. Solo quiero salir de ahí, que dejen de mirarme. Corro sin mirar atrás, imaginando como esas cosas toman forma a mi espalda y salen a mi encuentro, intentando cogerme entre sus garras y despedazarme con una cruenta frialdad. Pienso en como será mi último momento si dejo que me cojan, si tropiezo o si tuerzo en la esquina equivocada. Lo último que vería sería mi reflejo espantado sobre esos ojos muertos.
Los oigo, están detrás de mí, corriendo con las fauces abiertas y escupiendo gritos guturales mientras sus pútridos miembros se zarandean hacia mí.
No sé donde estoy, vaya donde vaya todo es igual, acabo en el mismo sitio, aquel lugar no parece tener fin. Tal vez haya muerto y ese sea el infierno reservado para mí. Obligada a pasar la eternidad en aquel corredor de la muerte, con la peor  compañía que cabía esperar. No quiero mirar atrás porque sé que silo hago ya no podré seguir. No quiero verles, no quiero que me toquen. Quiero volver a casa. 


-         Eh.

Salgo del mundo de los sueños con una violencia inesperada. Me embarga la confusión al no ver edificios grises ni escuchar las voces de mis asesinos. No estoy muerta, ni yaciendo destripada a las puertas de la muerte con la única compañía del dolor en aquella macabra sala de espera. Me encuentro tumbada sobre una colchoneta lo suficientemente fina como para permitirme comprobar cada irregularidad del suelo. Abro los ojos despacio y encuentro muy cerca de mí un rostro masculino, de barba rala, piel clara, cabello corto y ojos castaños. Sus brazos me han rodeado el torso y descubro que no solo me cubre mi chaqueta, sino también la suya desde no sé cuanto. Me da un beso en la mejilla y vuelve a mirarme sin apartarse de mí.
-         ¿Un mal sueño?
-         Una mala noche – respondo apartándolo con delicadeza y devolviéndole la chaqueta mientras me despido en silencio del hueco caliente en el que había dormido y me pongo en pie, ubicándome mi propia chaqueta.
Me acerco con cuidado a la ventana, procurando mirar a través de las maltrechas rendijas de la cortina sin llamar la atención de lo que pudiera haber fuera.
Sí, sin duda había sido una mala noche. A Samuel y a mí se nos hizo peligrosamente tarde estando muy lejos de casa por culpa de un par de hordas muy mal situadas. Estábamos a punto de retomar el camino que conocíamos más seguro hasta casa cuando varios corredores salieron de la nada y nos acorralaron en un callejón. Por suerte, un reducido grupo de personas tuvieron las tripas necesarias para abrirnos la puerta y dejarnos entrar antes de que esas cosas lograran alcanzarnos.
Los corredores han estado merodeando muy cerca del pequeño edificio toda la noche, según me cuenta un hombre apostado en un rincón de la habitación donde nos hemos atrincherado. Han estado intentando forzar cada entrada o recoveco que se les ocurría hasta casi las 5 de la mañana, después su murmullo y golpes se fueron extinguiendo hasta ahora, cuando nos hallamos en completo silencio.
-         Tal vez se hayan aburrido – murmura otro hombre que se encuentra a escasos pasos de mí, apoyado en la pared.
-         O estén esperando a que nosotros abramos la puerta – contesta en un tono agudo una mujer a la que no le pareció muy bien que sus compañeros le abriesen la puerta a unos extraños que iban acompañados de varios corredores, cosa que entiendo.

Me mantengo en silencio mientras observo con más detenimiento a las personas que se encuentran con Sam y conmigo en la habitación. La señora, última en hablar y única mujer aparte de mí parece rondar los 40 años, su pelo es rubio pero salta a la vista que ese no es su color original, pues una raíz oscura cada vez más larga aflora en su cabeza.
El hombre que me ha estado relatando lo ocurrido durante el período de la noche en el que estuve durmiendo parece rondar la cuarentena avanzada, su pelo canoso y ralo, acompañado de la barba y de su mirada directa le da un aspecto militar aunque desconozco a que se dedicaba antes de que las pesadillas asolaran el mundo. He oído que se refieren a él como Lucas.
El hombre más próximo responde al nombre de Pedro. Tiene un aire de pescador aficionado con ese chaleco caqui cuajado de bolsillos y esos pantalones desgastados. Junto a un muslo lleva atada la funda de una navaja, con la que juega en estos mismos momentos, pero ninguno hemos llegado a considerar su actitud como amenazante.
Me falta uno, un muchacho delgaducho y pálido, con los brazos tatuados con dibujos que ayer ni me molesté en apreciar y que ahora esconde bajo una sudadera raída. Su cabello, largo, lacio y de color anaranjado se encuentra cubierto casi por completo por un gorro de lana morado. Este chico sube las escaleras que llevan hasta la habitación donde nos encontramos, descuidando el ruido que hacen sus pasos apresurados sobre los escalones.
-         Todo despejado – Informa a los demás mientras intenta ponerse derecho y presumir de altura. Casi parece tener alcanzar el 1´90 de Samuel.
-         Ahora lo dudo mucho, con ese jaleo que has armado. – Replica Lucas a modo de riña. – Debes tener más cuidado muchacho, cuantas menos señales des de tu posición, menos problemas con esas cosas.
-         ¿Suelen merodear por aquí? – Pregunta Samuel tras de mí. No me había dado cuenta de que estaba a mi espalda, observando la calle con atención. Últimamente estoy tan acostumbrada a su cercana presencia que casi lo siento como parte de mí.
-         Normalmente no. Los lentos sí, van de aquí y allá sin rumbo fijo, resultando ser a veces un buen problema cuando son grupos grandes y queremos abastecernos de algún comercio cercano. – Samuel parece mirar la calle con mayor atención, contando con la mirada los pequeños locales que aparecen bajo la fina cortina de lluvia que ha comenzado a caer. Es un barrio bastante pequeño, de edificios viejos y de calles estrechas pero hay que reconocer que cuenta con la gran ventaja de tener muchas tiendas cerca. Al contrario que donde nos apostamos Samuel y yo, un espacio amplio, abierto, con vista a toda la ciudad desde la pequeña colina, pero lejos de todo lo necesario.
-         ¿Cuánto hace que están aquí? – Mi voz hace que todos se giren hacia mí.
-         Desde hace un mes. – Lucas comenzó a andar hacia nosotros mientras hablábamos. – Al menos, Pedro, Teresa y yo. Adrián se unió a nosotros hace una semana y media más o menos. Nosotros éramos vecinos del mismo bloque de apartamentos.
-         Ese sucio edificio se caía a pedazos. Ni las innumerables derramas, ni las quejas al ayuntamiento para que arreglaran esa horrible fachada sirvió de nada. – Interrumpió Teresa desde el extremo de la habitación. Su mirada de desdén recorrió a cada uno de los presentes mientras se acomodaba sobre su asiento sin importarle el haber interrumpido a su compañero. – No es que el lugar donde estamos ahora sea muy bueno, pero es mejor que nada. Sin embargo, he de añadir que podríamos ir a otro sitio, un bloque de apartamentos y no este pequeño y destartalado edificio de oficinas, correos, o lo que sea esto.
-         Yo apoyaré eso siempre y cuando seas tú quien vaya primero y no se quede aquí a “vigilar” como en el resto de expediciones. – Replicó con tono áspero Pedro mientras guardaba el cuchillo en la funda junto a su muslo. La mujer se arrebujó en su silla molesta pero no replicó más. Saltaba a la vista que no era un grupo en sí, si no un grupo de personas que habían preferido la unión a la soledad.
-         ¿Y vosotros de dónde venís? – Lucas retoma la conversación al mismo tiempo que se sitúa justo a nuestro lado. Antes de que Sam diga nada prefiero intervenir yo.
-         De las afueras.
-         ¿De las afueras? Tío, eso está como en la otra parte del mundo ahora mismo. ¿Cómo coño habéis llegado hasta aquí? – El chico delgaducho se rascó la cabeza bajo el gorro mientras tomaba un sitio junto a nosotros.
-         Buscábamos suministros. Nos vimos obligados a adentrarnos más en la ciudad conforme esas cosas nos cerraban el paso. – Sam tomó su parte en la conversación y yo me separé un poco para poder seguir mirando por la ventana.

La lluvia no parece amainar. Presto poca atención a la conversación que mantienen entre ellos mientras me aproximo a mi mochila. Desabrocho los cierres exteriores y abro la cremallera. Está casi vacía, con tan solo un par de botellas de agua que no llegan al medio litro cada una, una linterna, algunas vendas que se me ocurrió meter cuando salimos y una tabla de pastillas de ibuprofeno. Tomo una botella de agua y me dedico a beberla despacio mientras observo la estancia. La habitación en grande y rectangular, ocupa casi toda la tercera y última planta del edificio a excepción de la escalera de cemento. Está amueblada con varios sillones de oficina, dos estanterías que ocupan una pared completa y dos mesas de escritorio. Una de éstas está muy cerca de la puerta, lista para ser usada como barrera contra la puerta. Cierro los ojos e intento recordar tranquilamente cómo es el edificio. Anoche tuvimos muchas ocasiones y motivos para repasar y revisar cada puerta o ventana. La segunda planta es parecida a ésta salvo porque cuenta con unos cuartos de baño y una diminuta sala que solían usar para guardar los productos de limpieza. La primera planta cuenta con una sala grande cuyas paredes principales al igual que la puerta principal están hechas de cristal. Por suerte, las ventanas cuentan con unas cortinas de oficina que dan intimidad y propician que no haya miradas dentro. La puerta está tapiada con varias mesas de escritorio, pero no es una barrera muy firme. En la parte posterior, entrando por una puerta de metal y bajando varios escalones se llega a un pequeño espacio no más grande que un rellano que termina en otra puerta que da al callejón por donde Sam y yo accedimos.
En general tampoco parece un edificio muy seguro. Si rompen los cristales de abajo, ni siquiera esa mesa de escritorio apoyada contra la puerta podrá frenar a una horda durante mucho tiempo. Pero tampoco creo que tengan muchas opciones, no he visto arma alguna a parte del cuchillo y no están lo suficientemente organizados. Supongo que lo mejor será que hagan lo que ha dicho Lucas. No dar señales de su posición. Los firmes pasos de Sam me sacan de mis pensamientos. Continúo bebiendo a pequeños sorbos a la vez que observo como se sienta en el regazo del sillón donde me encuentro y se inclina un poco hacia mí.
-         Bueno, Laura ¿qué hacemos?
Saboreo el último trago con lentitud mientras ordeno mis ideas. El sabor del agua me recuerda que está lloviendo, que el agua es importante y nosotros no estamos en casa para almacenar el agua de lluvia en las bañeras como solemos hacer.
-         Volver. – Él asiente con lentitud y se dirige al rincón donde ha dejado su mochila. Los tres hombres se acercan a nosotros a la vez que yo me pongo en pie.
-         No podemos aseguraros que esté totalmente despejado. Esas cosas son unas hijas de puta y pueden estar esperando movimiento agazapados tras algún coche o contenedor.
-         No se preocupe, gracias por todo. – Las palabras de Sam son acompañadas con una leve inclinación de cabeza. Lucas no duda en tenderle la mano y luego a mí. – Que Dios os guarde. Ha sido un placer comprobar que hay alguien vivo a parte de nosotros.
-         Lo mismo digo. – Sam se coloca la mochila tras la espalda y se encamina de nuevo a la ventana
-         ¿De verdad vais a iros? ¿y con la lluvia? – Teresa se ha levantado de su asiento y señala una de las ventanas.
-         No queremos estar aquí más de la cuenta, ya habéis hecho mucho por nosotros. – Sam continúa con la vista fija en la calle, pendiente de cualquier sombra o movimiento sospechoso. Ni siquiera presta atención a los comentarios de los demás.
-         Además, la lluvia hará que les cueste más fijar su atención, cosa que nos conviene. – Musito terminando de ponerme la mochila a la espalda.
-         Voy con vosotros. – Todos nos giramos en dirección a la voz que viene desde el otro extremo de la sala. El muchacho joven ha tomado una mochila y la ha llenado con varios víveres y supongo que efectos personales mientras nosotros hablábamos.
-         ¿Pero qué dices Adrián? ¿Te has vuelto loco? ¿Quieres morir? – Teresa bufa alarmada mientras mira al muchacho.
-         Os agradezco que me permitierais estar con vosotros pero no puedo seguir aquí por más tiempo. Si ellos han podido llegar hasta aquí, yo podré salir de una vez de esta maldita ciudad
-         ¿Cuántas veces hay que decírtelo, chaval? Ahí fuera no hay nada. Todo está muerto. Todo. Es mejor que te quedes en un sitio a salvo en vez de salir buscando fantasías y acabar muerto… o peor. – La voz sombría de Pedro inundó la estancia durante un momento pero el muchacho no parece haber cambiado de opinión. Da la mano a cada uno de sus compañeros y se aproxima a la puerta, quedándose justo a mi lado.
-         Esto no es un paseo de abastecimiento, llevas demasiadas cosas para un camino así. – Señalo su mochila. – Un durarás ni 4 manzanas si llevas todo eso a la espalda.
-         Pero… - El muchacho me mira inseguro, pero suelta la mochila y la deja en el suelo. Me inclino a su lado mientras él la abre para enseñarme qué lleva. – Necesito estas cosas
-         No las necesitas, se supone que es una carrera. En un día normal hubiésemos tardado media hora o tres cuartos de hora en llegar a donde vamos, ahora podría ser 3 horas más o menos pero no necesitas llevarte todo esto. – Comienzo a sacar de su mochila: latas de comida, dos tarros de mermelada, varios zumos y botellas diversas entre otras cosas. – Quédate con lo esencial y que no abulte mucho. En el peor de los casos te ocurrirá como a nosotros o…
No necesité terminar la frase pues todos sabían de sobre como acababa el refrán. Al final Adrián se quedó con una sudadera y alguna que otra prenda más, un par de botellines de agua y poco más. Una vez termina, nos pusimos en marcha. Bajamos las escaleras y en pocos segundos nos encontramos en el rellano. Sam abre la puerta con cautela y sale al exterior poco después, apostándose en la esquina del final. Empujo con cuidado a Adrián, que sale como un rayo y se coloca justo a su lado. Pedro cierra la puerta desde dentro una vez estoy yo fuera. 
Vamos de esquina en esquina, procurando ser rápido pero cuidadosos. A la mínima sospecha de movimiento paramos estemos en la posición que estemos. Tras superar 3 calles, viene la primera amenaza. Sam cruza la calle en dirección oeste y cuando aún no ha llegado a la acera, una de esas cosas sale torpemente de un portal. Sam se oculta tras un coche que se encontraba aparcado junto a la acera. Uno de tantos coches que jamás volverá a usarse.
Vuelvo a respirar en cuanto advierto que no es un corredor o cazador, o al menos no se ha transformado aún. Adrián y yo nos pegamos a la pared tras la esquina y le indico que vigile el otro extremo de la calle por si aparece algo tras nosotros mientras yo centro mi atención en aquel cuerpo torpe y mugriento que merodea a escasos pasos de Sam.
En su día parece que fue una mujer de edad avanzada, tal vez muriera en su casa o en un hospital, no lo sé, pero eso parece indicar su sucia mortaja de camisón hecho jirones.  Camina arrastrando los pies, mirando hacia el cielo sin comprender la lluvia, como si buscase la respuesta entre las nubes. De no haber estado tan cerca de Sam éste podría haberse arrastrado sin problemas hasta el final de la calle ya que el ser parecía completamente ajeno a cualquier cosa que no fuera la lluvia. Desconozco si es capaz de sentir las frías gotas sobre su piel plastificada pero hemos podido comprobar que el sonido sí que lo perciben, de modo que miro con desconfianza hacia las nubes cada vez más oscuras, suplicando por que los truenos tarden en aparecer. Vuelvo a mirar hacia Sam y admiro su paciencia. Continúa de cuclillas junto al coche, observando sin mover un músculo. Tras unos pocos minutos más, la mujer se aleja lo suficiente de él calle abajo, permitiendo que él y después nosotros lleguemos hasta el siguiente punto.
Desconozco qué hora puede ser pero aún no ha llegado el mediodía. Aún así, mi estómago emite más de una queja mientras nos deslizamos calle por calle bajo la lluvia. No como nada desde ayer, y ni siquiera la adrenalina es capaz de acallar un segundo mi estómago. Lo comprimo con fuerza con la mano mientras sigo corriendo. El muchacho parece adaptarse mejor a la situación conforme superamos una calle tras otra, ahora se le ve menos torpe e indeciso, cosa que agradezco.
Hay varias formas de llegar a casa pero siempre evitamos la que está más cerca de la autovía. Tras lo que ocurrió ahí es mejor evitar tan espeluznante paisaje.
Decidimos continuar callejeando, buscando siempre calles pequeñas y aparentemente solitarias, siempre en dirección oeste.
La lluvia nos empapa por completo, cubriendo nuestra piel de una fina capa fría pero no es molesta gracias al calor que invade nuestro pecho al estar en continuo movimiento. Las suelas resbalan muy de vez en cuando sobre el pavimento y las continuas barricadas hacen de nuestro trayecto algo más pesado de lo normal. Aprovechamos para investigar rápidamente con la mirada las tiendas que enmarcan las calles por las que pasamos, intentando memorizar su localización si vemos algo de interés pues no hay más tiempo para detenerse. Ya queda menos para llegar a la larga cuesta que conduce a nuestra casa.
Antes detestaba esa cuesta por lo pesada que se me hacía subirla si no era con el coche, ahora la detesto más porque sigue siendo igual de pesada pero también peligrosa. La calle que usamos para subirla está al descubierto, asciende por la ladera permitiendo que cualquier cosa te vea subirla y no hay lugar donde esconderse si te topas con alguna amenaza hasta que no subes más de la mitad de esa calle. Esta se bifurca en otra calle o sigue hacia arriba, y es a partir de esa bifurcación cuando gozas de algo de intimidad mientras continúas subiendo. La colina donde residimos está plagada de varias urbanizaciones de casitas adosadas o casas independientes. Nosotros vivimos en una adosada, la de mis padres concretamente. ¿Qué habrá sido de ellos?
Un golpe metálico que parece retumbar desde el final de la calle donde nos encontramos hasta los confines del mundo, me saca de mis pensamientos. Algo se mueve a nuestra espalda, tal vez nos siguiera sin darnos cuenta, por lo que apretamos el paso superando varias calles con la sensación de tener algo tras nosotros, pero no nos detenemos para averiguar de qué se trata. Sam y yo hemos aprendido que lo mejor es continuar en movimiento. El eco de nuestros pasos queda amortiguado por la lluvia cada vez más abundante. Los regueros de agua caen desde las terrazas descuidadas y andamos en zig-zag para evitar una ducha desagradablemente fría. Noto como el agua empapa mis calcetines y maldigo para mis adentros a las deportivas que permiten que se me empapen los pies. Apenas hemos cruzado una nueva calle y escuchamos el primer trueno, que provoca que nos detengamos en medio de la misma. El segundo trueno tarda poco en dejarse oír en cada rincón de nuestra alma. Hay que darse prisa, el ruido los despierta, les llama, les excita y les confunde al no saber con claridad de donde viene. El tercer trueno provoca que nuestras fibras musculares vibren, sintamos la garra del miedo en nuestro pecho y la adrenalina se dispare. Sam me mira un instante antes de que echemos a correr calle arriba tan rápido como nos permiten nuestras piernas.
Si mal no recuerdo sólo faltan dos calles más hasta llegar a un gran parque de cemento que queda al descubierto y franqueado por varios bloques de edificios hasta su final. Otro trueno casi me hace tropezar por el inesperado sonido, por lo que he de apoyarme en una pared unos instantes en los cuales mis ojos los ven. Tres de esas cosas caminan con paso torpe en una calle perpendicular a la que nos encontramos y que acaba justo frente a la pared donde me encuentro. Uno de ellos alza la cabeza y puedo captar en él un espasmo de sorpresa al encontrarme frente a ellos. Gruñe andando hacia mí y provocando que los otros dos se den cuenta también de mi presencia. Consigo salir del ensimismamiento al mismo tiempo que me giro para irme pero es entonces cuando otro trueno devastador hace su aparición y una de esas cosas aparece como acto de aparición tras el trueno, justo a mi lado. Quedo petrificada al notar su pútrido olor tan cerca de mí, su camisa agujereada ondea sobre el cuerpo amarillento y desnutrido que pide a gritos sentir dentro algo de sangre caliente. Sus ojos muertos me miran  sin sentimiento alguno pero su boca abierta muerta la sed de sangre y las ganas de arrancar mi carne con sus fétidos dientes. Para mí todo ocurre tan deprisa que ni siquiera me muevo cuando clava sus dedos en mi chaqueta, quedo contra la pared esperando mi muerte bajo la lluvia y sobre un charco de sangre. Pero entonces, de la misma fugaz en la que ha aparecido mi verdugo, desaparece y en su lugar surge el rostro empapado de Sam que me sostiene de un brazo y tira de mí. Me cuesta unos segundos darme cuenta de que acaba de salvarme la vida empujando a esa cosa con violencia hacia el pavimento y que ahora yace tirada en el suelo en medio de la calle. Las otras tres cosas están casi a punto de llegar a nuestra acera por lo que mi cuerpo reacciona a los tirones de Sam y lo sigo a paso ligero calle arriba. No dice nada pero me toma de la mano con fuerza y casi parece que me arrastre por la calle ya que me cuesta seguir su ritmo, mis piernas no son tan largas como las suyas ni he salido mucho a correr durante los últimos 3 años como él cada mañana. Al torcer la esquina nos encontramos con Adrián, que señala agazapado a un grupo de unos 7 muertos que nos han cortado el paso. Buscamos con la mirada una alternativa y retrocedemos unos metros hasta dar con una callejuela en dirección norte que seguimos y luego torcemos hasta reanudar la dirección original. Sin embargo unos sonidos de ultratumba seguido de un continuo sonido de arrastras los pies nos advierte de que hemos sido vistos y de que tenemos una pequeña horda tras nosotros.
Al final de la calle de resbaladizas aceras en la que nos encontramos, logramos entre ver los bordes del parque junto con quien lo habita. Paramos en seco junto a un contenedor que se encuentre entre nosotros y el final de la calle.
-         Veo muchos… - Murmura Sam sin soltarme la mano
-         Parecen ser de los lentos y están bastante separados entre sí. Tal vez si corremos podamos cruzar. – Un resplandor ilumina la cara de Adrián cuando termina.
-         Eso no lo sabemos, tal vez haya uno o varios corredores entre ellos o alguno se transforme en cuanto nos vea correr. – Samuel suspira desesperado, intentando vislumbrar alguna alternativa que tenga mayores probabilidades de que salgamos con vida.
-         Entonces hay que ir por otro sitio. – Adrián se quita el gorro y lo escurre antes de volver a ponérselo. – No podemos quedarnos aquí.
-         Lo sé. Pero tampoco me apetece volver hacia atrás y encontrarnos de frente con los otros, que deben de estar ya a punto de llegar hasta aquí.
-         Pues entremos allí – susurro señalando una librería que mantiene la puerta abierta. – Si nos damos prisa podremos llegar hasta ella sin que nos vean y ellos pasarán de largo hacia el parque. Así podremos buscar otro camino.
-         Vale. – Sam sigue sin soltarme de la mano y corremos hacia la librería que se encuentra a unos 70 metros.
Corremos sin vacilar y a toda prisa, rezando por que los que nos seguían aún no estén demasiado cerca. El cielo se ha oscurecido notablemente y parece que la marea de nubes negras pretende echarse sobre nosotros. Ya falta poco para llegar a la puerta de la librería, la cual no parece haber sido forzada. Tal vez el dueño la dejase así tras una salida precipitada… o puede que nunca saliera. Al llegar a dicha puerta no se aprecian restos de sangre en ella ni en el interior pero nunca se está del todo seguro. Adrián empuja la puerta despacio pero sin hacer ruido, entra con cautela y camina despacio entre las mesas cuajadas de libros apilados hasta llegar al mostrador y comprobar que no hay ninguna sorpresa agazapada tras él. Suspira aliviado y nos hace una seña para que entremos. Me resulta extraño no sentir la lluvia sobre mí una vez he entrado y escucharla repiquetear sobre los cristales de la pequeña tienda. Mientras Sam cierra la puerta echo un vistazo al espacio que se abre ante nosotros. La tienda no es muy grande y tres de sus cuatro paredes son de cristal. La pared tras el mostrador está adornada con pósters y algún que otro cuadro, mientras que las demás paredes de cristal portan rótulos publicitarios o son cubiertas en algún tramo por una estantería. Tras el mostrador hay una puerta de color verde oscuro que supongo que da al almacén.
Nos acercamos con paso rápido hacia el mostrador entre las mesas y nos agazapamos tras él junto a Adrián.
-         Si deciden entrar aquí por algún casual, estamos perdidos. – musita Adrián señalando la puerta y luego a nosotros.
-         No sabemos que hay tras esa puerta. – susurro sin quitarle ojo de encima. – Si hubiese algo podría echársenos encima y armar un escándalo considerable. Podríamos tener a todos los del parque encima en cuestión de segundos.
-         Sería lo lógico pero con esas paredes de cristal, basta que uno mire de soslayo para vernos tras el mostrador por muy juntos y quietos que quedemos… Y aún no sabemos si el olor también podría hacerles entrar… - Sam mueve la cabeza varias veces y comparte conmigo tanto una mirada como una caricia en la mano. – Escucha, abriremos la puerta despacio, sin hacer ruido. Si hay algo ahí dentro la cerraremos antes de que se de cuenta de nada, ¿de acuerdo?
-         Está bien… - Asiento con la cabeza antes de apretar durante un segundo su mano. Esta situación está siendo más peligrosa de lo que cabía esperar. Mi imaginación me atormenta con la imagen de decenas de esas cosas rompiendo los cristales y alargando las manos hacia nosotros. Sé que Sam haría cualquier cosa por protegerme pero eso para mí sería aún peor que morir, no soportaría perderle.
Entre susurros nos ponemos de acuerdo para que yo vigile los movimientos que suceden a través de los cristales y ellos se encarguen de comprobar el almacén. Me giro con cuidado escuchando los roces de sus ropas al arrastrase hasta la puerta verde, y centro mi mirada en la calle. Aún no han llegado pero los latidos de mi corazón me gritan que no tardarán en llegar. Otro trueno ilumina la calle y me permite ver la fachada opuesta, cuyos comercios y portales parecen cerrados a cal y canto. Esta zona no estaba muy habitada y quizá sus dueños se fueran hacia alguna parte antes de que todo explotara en el centro, quien sabe. Oigo el sonido metálico de algún objeto que se habrá precipitado sobre el pavimento, quizá una de esas criaturas haya tropezado con alguna papelera pero me altera el sonido. Las cosas del parque estarán atentas al ruido sea cual sea y no distinguirán el motivo que lo haya causado. Es muy posible que las más cercanas a la calle se estén acercando hacia aquí, y sería bastante desagradable que ambos grupos convergieran justo frente a nosotros, tendríamos que esperar mucho hasta que se disiparan y eso podría llegar a tardar días si no encontrasen un estímulo, que no fuésemos nosotros, al que seguir. Me vuelvo hacia Sam y Adrián un momento para averiguar que hacen sin ser consciente de cuanto tiempo llevo pensando y mirando a la nada. - Menuda forma de vigilar la mía - Me reprocho a mí misma mentalmente mientras observo con atención cada uno de los movimientos de los dos. Sam acaba de abrir la puerta con cuidado y Adrián de arrastra hacia el interior con tortuosa lentitud, completamente tenso. Ambos centran su atención en el almacén por lo que decido volver y seguir vigilando, esta vez de verdad, la calle.

Dead Words Prólogo

Hubo un tiempo en el que la gente disfrutaba leyendo algún libro o alguna película de terror, lo pasaba mal cuando los personajes sufrían o morían, sentían su dolor, su soledad, su miedo... Pero bastaba con cerrar el libro o apagar la pantalla para borrar esos sentimientos y volver a la realidad. Únicamente podías volver a sentir eso durante alguna pesadilla nocturna pero al cabo de poco tiempo te despertabas y la luz te amparaba, ya fuese la del día o la de tu hogareña mesita de noche.
Ahora si enciendes una luz durante la noche, acabas muerto. Si gritas de miedo, dolor o impotencia, acabas muerto. Si sales al exterior y ellos te encuentran, acabas muerto. 
Muerto... O peor. 
Echo de menos el olor a café por las mañanas, la satisfacción de abrir la ventana de par en par para dejar que entre el aire, el tropezarme con algún desconocido por la calle, que me pongan una multa o que me hagan esperar dos horas en la sala de espera del médico. Echo de menos los tonos estridentes de los móviles, los sonidos de la ciudad que te despiertan por la noche, los gritos de los niños, las alarmas anti-robo de los comercios. Las buenas noticias, las malas noticias. El conformarse con no tener ningún plan para el fin de semana, que el trabajo no me deje dormir. Que el sueño no me deje trabajar.
Añoro mi antigua vida. Una vida en la que se trabajaba para vivir, y se vivía por y para muchas cosas. 
Ahora odio despertar por las mañanas y no saber si aún sigo dormida, si esto forma parte de la pesadilla. Odio el mortal silencio, la desconfianza y el temor que produce un simple sonido. Odio la incertidumbre de no saber si moriré ese día... y de no saber si quiero seguir viviendo.